#13 | Reconocer su grandeza, nuestra pequeñez
Con cierto aire de solemnidad, Mama sentenció: «En Kai s’està fent gran».
Una de las películas que más recuerdo ver en mi infancia es Beethoven. En el filme se contaba la historia de un cachorro San Bernardo que conseguía escapar de una tienda de mascotas y acababa en casa de la familia Newton, con la alegría y aprobación de madre e hijos y con la oposición del padre. Siempre me han fascinado las historias detrás de los animales, en especial de los perros, llenas de dramatismo y finales felices. De La dama y el vagundo o 101 dálmatas hasta Hachiko o Truman pasando por el adorable perro de Up.
Pero, a veces, uno se tiene que conformar con la historia de un bodeguero andaluz que se encontró mi hermana M. de viaje con amigos en Murcia. Tras la revisión de la Guardia Civil y sin chip detectado, el perro blanco con una mancha negra simétrica en la cara y sin cola era suyo. Y del clima sofocante murciano viajó hasta el clima tropical del Maresme.
La historia de Kai, nuestro perro, es la de muchos animales que, desafortunadamente, son abandonados. Porque así lo hemos determinado, el abandono, y no hemos imaginado otros desenlaces de su biografía. A lo mejor se perdió o se escapó, y su familia aún sigue buscándole. Cuando lo encontraron estaba demasiado flacucho y de los bodegueros andaluces se espera que sean grandes cazadores de ratas, y Kai las pocas veces que ha tenido un ratón cerca ni se ha inmutado. En conclusión: lo abandonaron por flojito.
La escritora Sigrid Nunez perdió a un buen amigo y mentor, pero este le dejó a su cargo un enorme perro gran danés. Contó la historia de esta dolorosa pérdida y de su relación con Apollo, el perro, en el libro El amigo, que se convirtió casi en un best seller por tratarse de un género literario poco común, los libros-sobre-perros:
«Uno suele preguntarse cómo fue antes de que la conocieras una persona a la que has llegado a amar. Duele, casi, no haber conocido de niño a alguien a quien queremos. (…) ¡No haberlo conocido cuando era un joven perro retozón, haberme perdido toda su etapa de cachorro! No me siento solamente triste, me siento engañada»
Solo en las películas nos cuentan la historia de principio a fin. En la vida real, las historias de nuestros animales abandonados están por capítulos. Nos encontramos el perro por el valle un día soleado… y a partir de ahí empieza un nuevo episodio porque hemos dictaminado que la historia de los perros huérfanos empieza con la nuestra, la de los humanos que un día los acogemos en casa.
He pensado muchas veces cómo era la vida de Kai antes de llegar a nuestro hogar. Si sería más feliz, estaría menos estresado, más cómodo o menos acompañado. Conocer la verdad resulta casi imposible. El perro no cuenta nada y empezar la búsqueda de sus orígenes podría resultar en balde.
La Iaia Carmen, l’Àvia Teresa y la Tía Marga quieren a Kai casi más que a sus nietos. Le preparan comida especial, le traen regalos de Reyes, mimos y caricias. Si el perro pudiera hablar, seguramente, diría que se siente agobiado ante tanto afecto viejuno.
El otro día, mientras Kai restaba tumbado en su camita, empezaron a divagar sobre qué le pasaba al perro. «Aquest gos està malalt», dictaminó una de las viejas, a lo que las otras se sumaron al diagnóstico.
Minutos más tarde, nuestra madre nos reunió en la cocina y nos dijo que no les siguiéramos el juego a las viejas de que el perro estaba enfermo. Entonces, con cierto aire de solemnidad, sentenció: «En Kai s’està fent gran».
Ese arrebato de sinceridad, lleno de inocencia, me llegó al corazón. La muerte en su expresión más cruenta —En Kai s’està fent gran—, asumir que la felicidad que nos había dado el perro llegaría a un fin, a su fin. Que le quedaban unos años, pero que no viviría tanto como el resto de la familia.
¿Por qué? La contundencia de Mama, días más tarde, fue respondida por la clarividencia científica de R.: «Els gossos tenen el metabolisme diferent als humans. Els batega el cor més ràpid» y no sé cuantas cosas más que, en mi cerebro de letras, me negaba a asumir como verdades absolutas, como si ese destino infranqueable no pudiera cambiar de rumbo.
Hay un libro poco conocido de Sara Mesa, titulado Perrita Country, que es una delicia. Se narra la relación, en formato casi de cuento con ilustraciones de Pablo Amargo, de una profesora que convive con una perra y un gato.
Al final del libro, la protagonista mira a sus animales y piensa:
«Su fragilidad ante nuestra ignorancia, su vulnerabilidad ante nuestra crueldad. (…) Penetrar en su mirada es iniciar un viaje enigmático ante el que hay que guardar silencio e intentar no pensar. Hacer, mentalmente, una reverencia, ser amables y pacientes, reconocer su grandeza, nuestra pequeñez»
Una canción que me recuerda a Kai:
Y un fuerte abrazo,
kai ❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹